Nosotros, míseros pedigueños con la mano extendida hacia el amor infinito del Padre Nuestro, el que se fija en nosotros, el que vela por nosotros, el que nos dará el pan nuestro de cada día, el que perdona nuestras deudas, aunque nosotros no perdonemos a nuestros deudores…Y así y así esperamos los miserables de este mundo al dar a cambio…¡nada! en la esperanza de siempre recibir a manos llenas lo mejor que deseamos en avaras oraciones a ese Padre Nuestro y celestial que, aun sin saber de su existencia, seguimos suplicantes, arrogantes, traficantes de egoismos, en ese ego sum que nos delata en el rosario pedigueño, de cada día y cada noche.
Luisa SChaves